Comité Editorial La Estaca
Benedicto XXVI ofrece una mirada crítica a la trayectoria política de Joaquín Lavín y su hijo, destacando las controversias y escándalos que han marcado su influencia en la política chilena. Desde propuestas extravagantes hasta acusaciones de corrupción, los Lavín han dejado una huella imborrable en el paisaje político, envueltos en prácticas cuestionables y una gestión que ha generado más problemas que soluciones para las comunidades que juraron servir.
Por Benedicto XXVI
Desde que inició en política, el viejo Lavín se autodenominó "Gallo de Pelea", propaganda que en los 90 le sirvió para convertirse en alcalde de Las Condes y exhibir una imaginación a prueba de balas. Opus mediante, quería hacer llover con balas de salva y nevar con volantines chupete. Las playas a las orillas del Mapocho despertaron las envidias de los jeques árabes en la Costa del Sol. Todo en nuestro buen Lavín eran chapucerías celebradas como si fuese un genio, a pesar de su rostro siempre seboso.
Acompañado por lo más recalcitrante del conservadurismo criollo y el pinochetismo, vendió durante años la imagen del ultraderechista diferente: relajado, renovado, con camisa abierta, sin corbata y chistoso, paseándose por los canales de televisión como si estuviera en su casa. La prensa hegemónica se volcó a su favor; en la Obra ya sacaban cuentas alegres (lo que más les gusta en la vida), hasta le perdonaron que no usara el cilicio—ese martirologio que más que dolor autoinfligido, muestra sus trastornos mentales—, y casi le resultó, pues estuvo a punto de arrebatarle la presidencia a don Ricardo, al que apodaron Capitán América.
Perseverante como ningún otro, continuó y fue alcalde de Santiago, donde le tocó bailar con la fea. No era lo mismo dirigir uno de los municipios más ricos de Chile que la plurinacional, heterogénea y desigual comuna santiaguina. No tuvo éxito; los presupuestos que abundaban en Las Condes aquí eran restringidos, las necesidades sociales se multiplicaban en sectores donde ya irrumpían los primeros migrantes, y los colegios municipalizados y los consultorios de salud se caían a pedazos. Nada funcionó como esperaba este gallito, que ya no era capaz de decir siquiera "cocorocó". Antes de marcharse sin pena ni gloria de Santiago, privatizó los derechos de agua que el municipio tenía y que entregó a la multinacional Aguas Andinas. Una movida donde ni siquiera consultó a los vecinos para desprenderse de un patrimonio histórico.
Hasta hoy, nadie sabe cuánto quedó en sus manos y de la UDI, en una operación similar a los manotazos ocurridos en dictadura, con las privatizaciones de las empresas públicas. Perseverante, siguió intentando llegar a La Moneda, pero se fue desinflando. Su última pasada por Las Condes fue un festival de corrupción con farmacias “populares” que eran del Opus, con horas extraordinarias para sus amigotes que se comprobó que trabajaban 29 horas diarias, y con escándalos uno tras otro, como el del CESFAM en terrenos adquiridos al doble del precio de mercado. El viejo Lavín, más mofletudo y arrugado, ya no recorre los canales; lo captan poco porque se ha convertido en una criptomoneda como las de Milei: no vale un peso, y menos ahora que el heredero del mismo nombre, de la marca registrada, resultó ser peor que la versión original.
Joaquín Lavín Jr., nació con una discapacidad: tiene las manos crespas. En sus períodos como diputado nunca llegó antes de las 12. Nunca sabe lo que está pasando en el país. Se sienta frente al computador del hemiciclo, lo enciende para aparentar que está presente, y luego ¡se levanta y a dormir la siesta!
Flojo, pero astuto. Su mediático matrimonio con Cathy Barriga la ayudó a ella a llegar a la alcaldía de Maipú. La bailarina de la TV creyó que todo sería fácil. Una de las tres comunas más grandes de Chile, con un enorme presupuesto y necesidades sociales, fue dilapidado en fiestas, festivales, carnavales, empanadas y collares de lujo, con los que celebraba consejos municipales.
La pobre mujer pensaba que lo estaba haciendo de maravilla; la maquinaria UDI se movía en las sombras, pusieron palas a la tesorería, incluido el marido que solo exigía que no quedara ningún "rojo" en pie... y robar, robar y robar que el mundo se va a acabar...
El déficit municipal creció a niveles estratosféricos. Cathy, ingenua pero igual de astuta que el marido, se fue metiendo en un lío cada vez mayor sin darse cuenta. Hasta que el descalabro fue tal que los maipucinos le dieron la espalda. Y comenzó el tortuoso camino de la realidad; las querellas no han parado porque la defraudación batió el récord al alcanzar los $30 mil millones. En toda su gestión, seguramente bien aconsejada por el suegro, le cortó el presupuesto a la empresa sanitaria de Maipú (SMAPA), con la idea, sin duda, de llevarla a la quiebra para que fuera privatizada. Ha estado dos veces presa por los innumerables fraudes donde hasta la nana la pagaba con recursos municipales. De paso, el marido fue allanado en el Congreso por fraudes con facturas falsas que salpicaron hasta su oficina en Valparaíso, la que prácticamente no conocía. Tan inocente es Lavín Jr. que devolvió $7 millones al Congreso –“por si acaso”–, dijo con esa profundidad de pensamiento que lo caracteriza.
Hoy, los Lavínes para la UDI y la derecha son un problema, una bacteria, una mosca en la nariz, un pañal sucio, a los que hay que darles la extremaunción y tirarles la cadena.